Un día, otro día, un día más. Cada vez la misma historia.
Miki volvió a casa rumiando nuevamente esa idea. Sabía que todo tenía
que cambiar, que no podía seguir así, que las cosas tenían que ir a
mejor. Él sabía que la suerte en algún momento se pondría de su lado.
Miki y sus compañeros llevaban diez meses sin cobrar sus
salarios. A
pesar de que la empresa había obtenido beneficio en su conjunto, la
fábrica donde trabajaba no era rentable, y hacía seis meses que ya no se fabricaba
ni un par de zapatos más. "Ajuste Estructural", lo llamaba el
presidente.
-Por lo menos estamos organizados, pensaba Miki-
Hacía
ya tres meses que ocupaban el área de taller mientras que las familias
permanecían acampadas afuera de la fábrica. Prometían no moverse hasta que se les
ofreciera una solución aunque, a estas alturas, muchos temían que
aquello no funcionaría. Aún quedaban fuerzas pero después de tantos
turnos de permanencia y acciones de protesta sin resultado, la moral
había decaído considerablemente.
Conversaciones fugaces, turnos desiertos, miradas interrumpidas. -¿Cómo saldré de esta?- Se preguntaba. ¡Tengo que salir!
Mientras
revisaba el correo, Miki abrió una cerveza. Había pasado seis horas en
el taller cubriendo el turno de tarde y aquél ambiente le estaba
consumiento silenciosamente. Estaba demasiado viciado. Los más veteranos
decían que había que seguir el encierro, que la solución vendría.
Decían que si no se la daban los dueños o quien fuera, la tomarían ellos
mismos. Mientras, los más jóvenes afirmaban de forma mecánica. Eran estos quienes sostenían
las permanencias de día y de noche y en la intimidad de sus comentarios ya no
se veía esa misma fuerza. Entre ellos ya no se escuchaban con la misma
energía.
Miki pasaba las cartas de una en una, muy
rápido, sin pensar. Después de siete meses sin poder pagar la hipoteca, cada
carta se convertía en un puñal empujado diestra y certeramente hacia la
boca del estómago. Sabía que tarde o temprano llegaría la carta del
juzgado. A ver...
...
Esta vez no...
Otro día más...
A veces se veía a sí mismo en el corredor de la muerte... esperando...
...esa maldita espera...
Era
lo que más dolía. El no saber.
Sacó del bolsillo un papel y se puso a
repasar la lista de cosas que le habían dado los de mantenimiento. Para
mañana necesitaban cable de TV, linterna, pilas, luces... -si claro-
pensaba -un cañon de luz voy a conseguir.
¡Qué ironía! En el encierro faltan luces. Las mismas que no tiene toda esta situación. -pensaba
¡Ójala
se apaguen! y que cuando se enciendan, aparezca el de INOCENTE!
INOCENTE! ramo de rosas en mano. Que tengamos que aceptar con
resignación lo pardillos que
estábamos siendo. Reirnos de nosotros mismos al comprobar que todas esas
sospechas que teníamos sólo querían advertirnos de que en definitiva,
no estábamos
tan, tan locos y que de alguna manera, sabíamos que la suerte en algún
momento se pondría de nuestro lado.
Una sonrisa fugaz
se dibujó en su cara. Imaginaba abrazos y lloros de alegría a ver lo
tontos que habían sido por habérselo creido... Pero no, el problema no
son las luces -se decía Miki- aquí todo va bien menos para los de
siempre. A nosotros sólo nos dejan recrearnos en nuestro propio mundo de
mentiras y verdades y sufrir. Fantasear la realidad, la solución. Bueno, eso y
luchar para soportar el dolor, la angustia, la ansiedad. Sólo nos queda permanecer unidos para
sacar la fuerza de flaqueza necesaria para salir adelante. Para vencer.
Sólo así conseguiremos algo. Solo así... dicen los mayores.
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