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jueves, 7 de febrero de 2013

¡Inocente, inocente! Estás despedido.


Un día, otro día, un día más. Cada vez la misma historia. Miki volvió a casa rumiando nuevamente esa idea. Sabía que todo tenía que cambiar, que no podía seguir así, que las cosas tenían que ir a mejor. Él sabía que la suerte en algún momento se pondría de su lado.

Miki y sus compañeros llevaban diez meses sin cobrar sus salarios. A pesar de que la empresa había obtenido beneficio en su conjunto, la fábrica donde trabajaba no era rentable, y hacía seis meses que ya no se fabricaba ni un par de zapatos más. "Ajuste Estructural", lo llamaba el presidente.

-Por lo menos estamos organizados, pensaba Miki- 

Hacía ya tres meses que ocupaban el área de taller mientras que las familias permanecían acampadas afuera de la fábrica. Prometían no moverse hasta que se les ofreciera una solución aunque, a estas alturas, muchos temían que aquello no funcionaría. Aún quedaban fuerzas pero después de tantos turnos de permanencia y acciones de protesta sin resultado, la moral había decaído considerablemente. 

Conversaciones fugaces, turnos desiertos, miradas interrumpidas. -¿Cómo saldré de esta?- Se preguntaba. ¡Tengo que salir!

Mientras revisaba el correo, Miki abrió una cerveza. Había pasado seis horas en el taller cubriendo el turno de tarde y aquél ambiente le estaba consumiento silenciosamente. Estaba demasiado viciado. Los más veteranos decían que había que seguir el encierro, que la solución vendría. Decían que si no se la daban los dueños o quien fuera, la tomarían ellos mismos. Mientras, los más jóvenes afirmaban de forma mecánica. Eran estos quienes sostenían las permanencias de día y de noche y en la intimidad de sus comentarios ya no se veía esa misma fuerza. Entre ellos ya no se escuchaban con la misma energía.

Miki pasaba las cartas de una en una, muy rápido, sin pensar. Después de siete meses sin poder pagar la hipoteca, cada carta se convertía en un puñal empujado diestra y certeramente hacia la boca del estómago. Sabía que tarde o temprano llegaría la carta del juzgado. A ver...

...
Esta vez no...

Otro día más...

A veces se veía a sí mismo en el corredor de la muerte... esperando... 

...esa  maldita espera...

Era lo que más dolía. El no saber. 

Sacó del bolsillo un papel y se puso a repasar la lista de cosas que le habían dado los de mantenimiento. Para mañana necesitaban cable de TV, linterna, pilas, luces... -si claro- pensaba -un cañon de luz voy a conseguir. 

¡Qué ironía! En el encierro faltan luces. Las mismas que no tiene toda esta situación. -pensaba

¡Ójala se apaguen! y que cuando se enciendan, aparezca el de INOCENTE! INOCENTE! ramo de rosas en mano. Que tengamos que aceptar con resignación lo pardillos que estábamos siendo. Reirnos de nosotros mismos al comprobar que todas esas sospechas que teníamos sólo querían advertirnos de que en definitiva, no estábamos tan, tan locos y que de alguna manera, sabíamos que la suerte en algún momento se pondría de nuestro lado.

Una sonrisa fugaz se dibujó en su cara. Imaginaba abrazos y lloros de alegría a ver lo tontos que habían sido por habérselo creido... Pero no, el problema no son las luces -se decía Miki- aquí todo va bien menos para los de siempre. A nosotros sólo nos dejan recrearnos en nuestro propio mundo de mentiras y verdades y sufrir. Fantasear la realidad, la solución. Bueno, eso y luchar para soportar el dolor, la angustia, la ansiedad. Sólo nos queda permanecer unidos para sacar la fuerza de flaqueza necesaria  para salir adelante. Para vencer.

Sólo así conseguiremos algo. Solo así... dicen los mayores.


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