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lunes, 11 de febrero de 2013

Memorias de un 15 de Mayo




Recorriendo las calles de Madrid se encuentran los destinos de los desaparecidos.

Aunque nosotros no podamos verlos, ellos aún siguen buscando el impulso que da origen a un nuevo latido en su interior.

Repartido en pedacitos, cada uno de los ultimos deseos que se disiparon con el humo.

En el aire contaminado de lagrimas que empuja las alas de los que aún no desesperaron.

En las manos de los que soportan el dolor y continuan sin saber porqué.

Silenciosos, te rozan la piel mientras saltamos del día a la noche rodeados de luces incesantes, de aquí para allá.

Escaparates que se llenan de catálogos de falsa ilusión mientras seguimos sin mirarnos a los ojos, sin reflejos, sin sorpresa... al ritmo de quien tiembla cuando cantan las sirenas.

Latiendo desde donde aún nadie sabe, se acercan las razones de la rabia.

Invadiendo nuestro impulso se concentran para unir todas las voces.

Deslizándonos entre los últimos suspiros de una paciencia que se agota.

Como si ellos siempre hubieran estado allí, muertos, porque no han sido los primeros y seguro, tampoco serán los últimos. Sin tiempo para vivir y sin vida para sentir al tiempo.

Aquí seguimos nosotros, rodeados de tiempo que se va y que nunca sabremos que existió.

Nos miramos como cada día y seguimos sin saber que intenciones trae el otro.

Sabemos que han cambiado muchas cosas, que ya no somos los mismos pero que algo dentro de nosotros nos dice que el miedo no debe dominarnos. Que hoy nunca volverá a ser ayer, que nadie volverá a sonreir igual que antes pero que hoy, sí hoy, tenemos una esperanza a la que aferrarnos.

Hoy nos queda la seguridad de saber hacia donde no queremos dirigir nuestros pasos.

Porque desde aquel día, el valor de las sonrisas se alzó más allá de cualquer índice en el mercado de la vida.

Porque aprendimos a compartir y a luchar unidos. Porque aprendimos que los ojos se nos secan cuando ya no pueden llorar más.

La noche se hace cómplice y con ella nuestros gritos. Y los suyos. Los gritos de los que nunca volverán a hablar pero cuya última palabra jamás será olvidada.

Mientras, los recuerdos de una ciudad entera sostenida en un suspiro. Todos corrímos asustados a buscarnos entre nosotros.

Necesitabamos ver en los ojos del otro algo de esperanza, suplicamos que alguien nos dijera algo que nos tranquilizara, pero en definitiva solo necesitabamos un abrazo, una caricia, un beso.

La esperanza de quien busca un colchón abandonado en la calle para dar sosiego a tanto dolor. El dolor que no se expresa con palabras porque solo cesa cuando nuestras almas hablan.

al Pueblo de Madrid

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